Desde
la perspectiva del océano, nada es un problema, en el más profundo sentido. El
dolor, la ira, la frustración... vienen y van en el océano, y no son -en un
sentido real- un problema. Pero como los seres humanos no nos damos cuenta de
quiénes somos realmente, hacemos un problema de ellos.
Lo
que hacemos, en esencia, es no permitir que una ola esté en el océano. No
permitimos que una ola, que ya es expresión perfecta de la vida, esté en la
vida! Estamos tan profundamente condicionados a juzgar las olas, a dividirlas
en buenas, malas, feas, hermosas, seguras, peligrosas, positivas, negativas,
que acabamos pasando por alto la completitud inherente a cada ola de
experiencia: a cada pensamiento, sentimiento y sensación.
Nos
erigimos en jueces de las olas y, básicamente, juzgamos que unas están bien y
otras no están bien, así que permitimos que algunas existan en lo que somos y
otras no. Y aquí empieza eso a lo que llamamos resistencia. Muchos maestros espirituales hablan de la
resistencia que oponemos al momento presente y de cómo esa resistencia se halla
en la raíz de todo sufrimiento psicológico.
Ahora podemos entender porqué nos resistimos o un pensamiento o sentimiento: le oponemos
resistencia porque no vemos completitud en él. Porque en cierto nivel lo
percibimos como una amenaza a lo que somos.
Nos resistimos por miedo porque no vemos la inseparabilidad e intimidad
entre lo que somos y lo que aparece en la experiencia presente.
Así, a cierto
nivel, sentimos que lo que está ocurriendo no está bien, y nos retiramos para
evitarlo.
Ingeniamos
maneras de hacerlo muy complicadas, pero en esencia lo que intentamos hacer es
muy simple: librarnos de las olas que no nos gustan. Deseamos tener el océano
bajo control gestionando las olas, de manera que solo aparezcan aquellas que
queremos que aparezcan. Todo el sufrimiento humano es una variación de ese
tema: intentar controlar las olas,
intentar controlar la experiencia del momento presente para que se amolde a
nuestras ideas y conceptos de cómo debería ser. Si quieres sufrir ¡compara éste
momento con tu imagen de cómo debería ser!
Acabo
escapando de cualquier aspecto de mi experiencia presente que considero que pone en peligro la
completitud. Literalmente entro en guerra conmigo mismo. Me divido en dos: yo
contra las "olas malas", las "olas peligrosas", las
"olas oscuras" ó las "olas diabólicas" que hay en mí.
Ciertas olas que hay en mí se convierten en una amenaza, así que echo mano del
mundo -del siguiente cigarrillo, la siguiente relación sexual, la siguiente
jarra de cerveza, el siguiente subidón espiritual- para dejar de sentir lo que
siento, para eludir ciertas olas y, en definitiva, para librarme de esta
incompletitud, este vacío, este sentimiento de carencia que palpita en el
centro de mi ser.
Durante
un rato, el dinero, el cigarrillo, el encuentro sexual, la experiencia
espiritual parece proporcionarnos alivio de este aprieto. El objeto externo o
la persona parecer hacer que desaparezca la tristeza, la soledad, el miedo, y
parecen darnos la completud que anhelamos. Me aferro a cualquier cosa que crea
que me proporciona integridad. Muchas enseñanzas espirituales hablan del apego,
y ahora podemos entender por qué nos apegamos: cuando pensamos que esos objetos
externos y esas personas nos están dando integridad, no podemos soltarnos de
ellos., porque hacerlo significaría perder la integridad. Continuar enganchados
a ellas puede llegar a ser una cuestión de vida o muerte.
Más
adelante, hablaré de cómo inconscientemente les otorgamos poder a esas personas
y objetos de nuestro mundo que creemos que nos dan integridad y, al hacerlo,
perdemos nuestro poder y dejamos de confiar en nuestra experiencia. Por eso, el buscador siempre busca un gurú
-algo o alguien que tiene un poder sobre él-. El gurú adopta muchas formas
distintas: puede ser un gurú espiritual (parece tener el poder de la
iluminación), un amante (parece tener el poder del amor) ó una botella de
cerveza (parece tener un misterioso poder de hacerte sentir mejor) El objeto o
la persona teóricamente te quitan el malestar durante un tiempo. Durante un
tiempo muy breve el peso del yo, el peso de la búsqueda, desaparece, y sientes
un alivio temporal del malestar, del dolor, del sufrimiento. Cuando estás cerca
de tu amante o de tu maestro espiritual, cuando estás viendo jugar a tu equipo
favorito, cuando estás inmerso en la intimidad de un encuentro sexual, en la
emoción de los deportes extremos o en las profundidades de la meditación, todo
parece volver a estar bien. La búsqueda
se relaja y durante un rato, dejas de sentir el peso de ser una ola separada.
Pero
he aquí el problema: cuando retiras el alcohol, el maestro espiritual, el
amante o la actividad, el malestar reaparece, a veces multiplicado. Cuando te separas del objeto buscado, -el
objeto de la adicción, aquello que pensabas que te estaba completando-, la
búsqueda comienza de nuevo. Muchas veces, solo cuando pierdes lo que pensabas
que te completaba, te das cuenta de la búsqueda que borboteaba debajo de ello.
Simplemente no eras consciente de que estuvieras usando a "tu gurú"
para que te completara. La búsqueda era inconsciente.
Sí,
es fácil creer que no buscas nada cuando todo va bien, cuando tienes lo que
quieres y la vida se porta bien contigo. Dices:
"-no necesito nada para completarme, estoy completo" Pero entonces pierdes tu dinero, tus
posesiones, la salud, a tu pareja, a tu gurú espiritual, la fama, el éxito, tu
aspecto, los recuerdos de tu experiencia de iluminación; pierdes el objeto, la
persona o la experiencia que pensabas que te completaba... y la consiguiente incompletitud, la consiguiente soledad, la profunda insatisfacción con la vida
-todo lo que se suponía que tus "poderosos" objetos o personas había
hecho desaparecer, vuelve a aflorar.
¿Qué
crees que necesitas para estar completo? ¿Qué tienes miedo de perder? ¿Qué, en
caso de que lo perdieras, te haría estar incompleto?
La
verdadera libertad no depende de ninguna fuente exterior.
La verdadera libertad
es ser libre de toda dependencia, es dejar de depender de las fuentes externas
para que te completen. El cigarrillo, los encuentros sexuales, la afectuosa
mirada de un gurú no pueden darte una libertad permanente. Solo cuando tu
atención gire ciento ochenta grados para
contemplar las olas no deseadas de las que huyes, existe la posibilidad de que
descubras la libertad total y la paz en tu propia experiencia.
Por Jeff Foster / Fragmento del libro: "La más profunda aceptación"